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sábado, 29 de noviembre de 2008

Dialogo de estaciones

Había una vez un otoño que no quería nacer, se acurrucaba en el vientre del verano, al calorcillo, y no quería salir.

Su padre, el verano, le razonaba:
-"Hijo mío, si tú no naces, los animales, las plantas y hasta las piedras perderán sus referencias. Las golondrinas seguirán eternamente rayando el cristal del cielo. Los grillos nos acunarán de noche y el sol se agotará de tanto calentar. Los niños seguirán por siempre de vacaciones."

El otoño, muy escondidito, le dijo a su padre:
-" ¿Y qué hay de malo en todo eso? Yo creo que se acerca mucho a la felicidad."

Su padre, el verano, que había vivido más (exactamente tres meses más y tenía más experiencia) le dijo:
-" También es necesario un paso dulce al invierno y ese paso eres tú, hijo mio. Tienes que nacer para que las golondrinas se vayan de viaje, a rayar otros cielos muy lejanos. Para que, a los cables de teléfono, les nazcan pájaros que se arropan juntos y viajan en compañía a donde nace el sol. Para que la lluvia (una de tus hermanas) riegue la buena tierra y nazcan las casas de los gnomos y a las hadas les sirvan para refugiarse, como paraguas. Para que los rayos y las tormentas fecunden la tierra y la fecunden con la electricidad de la alegría. Para que el trueno, que es la música del cielo, rompa el silencio y le enseñe al eco a repetirse."

El otoño aún no estaba muy convencido pero sintió cómo su duro corazón de barro y niebla se iba haciendo de agua, y cómo el fuego de su alma se enfriaba y perdía la temperatura de la obstinación. Aún así se resistía, no quería salir del vientre de su padre, el verano.

Su futuro hijo, el invierno, a su vez también lloraba en su propio vientre. Más que llorar lágrimas de agua, lloraba copos de nieve. Y también, con una vocecilla más infantil aún, empezó a hablarle a su padre, el otoño.

-"Padre, yo sí quiero nacer. Quiero conocer (en sus últimos rayos) a mi abuelo, el verano. Padre, yo tengo que nacer para que la tierra descanse. Para que los hermanos de la lluvia (la escarcha y la nieve) abracen la tierra y la protejan en un manto blanco. Para que los pájaros valientes, que se quedan a saludarme, se pongan su abrigo de plumón y los conejos, que hablan con ese humano raro, le cuenten lo largas y cálidas que son las noches en el fondo de sus madrigueras."

El otoño -ya convencido- sonrió y, en sus manos rugosas, las hojas verdes se hicieron rojas. Se despidió de su padre, el verano -que ya se quería ir-, con un beso (la primera escarcha) y dejó que creciera en su seno su hijo, el invierno.

Las estrellas, colgadas del cielo, murmuraban: "Estas estaciones son cada vez más raras, se olvidan de nacer y, cuando lo hacen, se les olvida marcharse".

Del fondo del vientre del verano, del vientre del otoño y del vientre del invierno, nació la voz de la primavera, casi más un balbuceo que una voz. Y les dijo que no se durmieran en su tiempo, que ella también quería vivir, llenar el mundo de flores y promesas nuevas.

Pero ésa es otra historia y falta mucho para contarla.

1 comentarios:

Paloma dijo...

Tus cuentos dicen de ti.